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miércoles, 14 de octubre de 2009

Empezando a escribir (de nuevo)


EL PRIMER DÍA:

¿Alguna vez te has preguntado si eres feliz?

Hoy es la primera vez que yo me lo pregunto.

Hace un sol increíble en la calle. He abierto la ventana y la luz de la mañana de domingo a entrado en mi habitación. Me miro al espejo, y sin embargo no es a mí a quien veo. Ojeras acentuadas, pelo alborotado, la ropa de anoche y una serie de gritos sin fin dentro de mi cabeza.

Mis amigas lo hubieran llamado resaca, yo en cambio le doy otro punto de vista llamándolo problemas que no te dejan dormir.

Mis dieciocho están por llegar, pero ahora mismo me siento tan perdida. Tengo la decisión tomada, más que tomada, y casi realizada. He hecho unas llamadas, y tengo la ayuda que necesitaba para poder hacerlo. Al ser menor de edad se te cierran muchas puertas. Y cuando se abren a los menores es cuando tú ya tienes edad de tenerlas abiertas.

Jamás pensé que estaría en la situación en la que estoy. Sé lo que debo hacer, sé lo que voy a hacer, pero creo que no es lo que yo quiero, sino lo que me obligo a mí misma. Nadie sabe cómo me siento. Deambulo por los pasillos de la casa ahora que nadie está despierto. Voy, vuelvo. Abro la nevera, bebo agua, la cierro, vuelvo a abrirla, a coger la botella, y volver a dejarla. Estoy nerviosa, necesito moverme, mantenerme distraída, pero no sé qué hacer para no pensar. Pensar me mata ahora mismo. Muerte. La palabra clave que ha marcado mi vida. Sin embargo, en este momento es en el que me preguntó qué pasaría si… La típica condición. La imaginación me juega malas pasadas, el juicio propio me hace quitarme de la cabeza las ideas absurdas en las que ahora mismo pienso.

Son las once menos cuarto de la mañana. Tengo la mochila colgando del hombro y voy de camino a uno de mis últimos partidos, o eso creo. No dejo de pensarlo y sé que es lo peor que puedo hacer ahora mismo.

El baloncesto siempre me ha servido para despejarme y olvidarme de todo. Lo peor es que, al acabar, los problemas siguen estando ahí. Sin embargo este partido ha sido el peor partido de mi vida, y no porque haya jugado mal, que también, sino porque he estado más pendiente de que no me dieran ningún golpe, por lo que pudiera pasar… He jugado con miedo, y deseando que el árbitro diera el pitido del final.

Carla y Nerea se han dado cuenta de que me pasa algo. Les he dicho que no me pasa nada. No me lo creo, he mentido a las dos mejores personas que tengo en el equipo, a mi apoyo allí. No he sido capaz de contarles la verdad, tal vez sea demasiado fuerte para ellas.

Lo peor de tener algo que ocultar es que no hay nadie con quien puedas desahogarte, y peor aún es que la única persona con la que puedas hablar esté en Salamanca una semana…

- ¿Cómo estás?

- Mal, ¿cómo crees que puedo estar? Sabes que esto me supera, y encima tú estás tan lejos…

- Vamos, tú puedes con eso, y yo estoy contigo, aunque sea desde aquí.

(Silencio)

- Cariño, todo saldrá bien. Tengo que dejarte, te quiero.

Y las lágrimas surgieron sin previo aviso.

He llegado a urgencias, he esperado, me han mirado con la típica cara de “no eres la primera ni serás la última” y me he ido.

Lo más difícil ha pasado, ahora solo tengo que recoger dieciocho euros de donde sea e ir a la Farmacia. Eso sí que no es tarea fácil. Para mí, tarea casi imposible, pero después de unas llamadas y ninguna explicación lo he logrado.

Mi madre ha hecho una de las comidas que menos me gustan. Es domingo, y como cada domingo mi abuela come con nosotros. No dejan de hablar y ni se percatan de que yo estoy distante, de que aguanto las lágrimas, y me como la comida que me han puesto sin decir ni media palabra, rápido, como engullendo para no saborear y que me den arcadas por ello. Me levanto de la mesa y digo que estoy cansada. En la cocina dejo un largo silencio que me angustia. Cuando se aseguren de que no escucho hablarán de mí. Cierro la puerta de mi habitación. Empieza su conversación. Enciendo el ordenador, pongo la música y el buscador. No me gusta lo que leo. Me levanto de la silla, me tiro en la cama y lloro. Lloro de la impotencia, del no saber si lo que hago es lo mejor y para quién es lo mejor.

El móvil vibra. Me despierto. Sonrío.

- Te echo de menos.

- No digas tonterías, ¡si no hace ni un día que me he ido! – y se escucha una breve risa -.

- ¿Has llegado al hotel?

- No, queda algo más de una hora. Oye, dime que estás bien que me siento fatal de estar aquí.

- Estoy bien – le mentí -, tranquilo.

- ¿Cuánto nos costará la bromita?

- Casi 18 euros.

Él resopla, yo suspiro.

- ¿De dónde has sacado tanto dinero?

- No te preocupes por eso. Lo he conseguido, y sin preguntas, que es lo que nos interesa. Tú disfruta de tu fin de curso y échame mucho de menos, ¿entendido?

- Ya lo hago, pequeña, te quiero.

Sus llamadas son lo único bueno ahora. Oír su voz me tranquiliza. A veces cierro los ojos y pienso que lo tengo a mi lado y me susurra al oído. Cada vez que escucho un te quiero suyo es como elevarme al cielo en una nube particular para nosotros dos. Es increíble. Con él siento lo que jamás sentí con ningún otro.

Ahora mismo necesito sus abrazos. Esos en los que lo rodeo por la cintura (que es la altura a la que mis brazos llegan) y apoyarme sobre su pecho, con los ojos cerrados, e inspirar y oler su perfume. A veces incluso, cuando no lo tengo a mi lado, huelo a él y es como tenerlo conmigo.

Esas son las sensaciones que me hacen sentir bien, lo que me hace poder seguir con esto a pesar de tenerlo lejos. Pensar que en seis días y medio podré abrazarlo de esa forma, y besarlo sin minutos que contar para la despedida.

Me he dado una ducha para despejarme. En realidad estoy haciendo tiempo. Tengo miedo. Me visto, y salgo de mi casa. Por la calle pienso en todas las veces que he pensado cómo actuaría si me pasara lo que ahora mismo me pasa.

Llego a la puerta de la Farmacia y me detengo. Dudo, pienso y entro. Ya no hay vuelta atrás. La tengo sobre mis manos, que tiemblan sudorosas al ver lo que contienen.

He vuelto a casa, me he encerrado en mi cuarto y he empezado a leer el prospecto. Para qué se utiliza, tome, no tome, si padece esto, si padece lo otro, cómo tomar, como actuar en caso de diarreas o vómitos, posibles efectos adversos, caducidad. Norlevo por aquí, Norlevo por allá.

Estoy agobiada, nerviosa pero sé lo que tengo que hacer, a pesar de todo. Voy a la cocina, cojo la botella de agua. Abro la caja, cojo la pastilla, y bebo, tragándome con ella parte de mi orgullo, de mis pensamientos, y esperando que al llegar la pastilla a su destino, se queden allí también mis sentimientos respecto a todo esto.

- Ya está – y no reprimí las lágrimas -.

- No llores por favor. Es lo que debíamos.

- Si lo sé, pero aún así, duele. Acabo de traicionar a mis principios.

- No has traicionado a nada cariño, aun no había nada, entonces no es un…

- ¡Calla! – grité rápido -. No quiero ni oírlo.

Hubo un largo silencio en el que ninguno de los dos sabíamos qué decir.

- En seis días estoy abrazándote, y pasará el tiempo y nos reiremos juntos de esto.

- Dudo que pueda reírme de esto algún día.

- Verás, haré que te rías de esto el verano que viene en un avión destino América.

Me reí a carcajadas y me despedí de él.

No daba crédito a lo que acababa de pasar.

¿Nunca te ha pasado que cuando te pasa algo te metes en Internet a ver si sacas algo en claro de ahí que no sepas ya?

Pues ese es el mayor error que yo he podido cometer.

Me he metido en la primera página que el buscador me ha seleccionado. En rojo, mayúsculas y parpadeante “impide la implantación del embrión en el endometrio tras ser fecundado el óvulo por el espermatozoide”.

Explicaciones de qué es, cómo se toma, cómo funciona, en caso de…, en caso de…, en caso de…, efectos secundarios, mil historias y una frase marcada en mi cabeza. “El óvulo fecundado muere, y es expulsado”.

Muerte. Otra vez esa palabra vuelve a mi vida, y otra vez la modifica.

Hemos cenado ya en mi casa. Ni siquiera me he metido en el ordenador esta noche. Son casi las dos de la mañana, doy vueltas en la cama, no puedo dormir. El primer día acaba. Esto es solo el principio. Mañana será otro día, y la cuenta atrás habrá comenzado.