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lunes, 13 de diciembre de 2010

Fui saltando de chico en chico pensando que había conseguido olvidarme de ti, que todo lo que un día me hiciste sufrir sirvió de algo, y que por fin había dejado de quererte tanto como te quise. Parece que me equivoqué. Tú seguías ahí, en la sombra, en las bromas diarias, en los toques sin porque y en las salidas de tono. Seguías ahí en los viajes, en los buenos y los malos momentos, joder, seguías ahí y no supe darme cuenta. ¿¡Cómo no me di cuenta de ello?!
A veces me preguntan qué vi en tí y yo contesto no lo sé, hace ya tantos años que vi por primera vez esos ojos verdes que perdí la cuenta de las veces que lo ame, pero también perdí la cuenta de las veces que intenté dejar de hacerlo...
Me gusta tu altura, la que pillaste de un día para otro, casi sin darme cuenta, me gustan nuestros momentos, nuestros recuerdos, nuestros días solos y nuestras locuras, nuestras conversaciones, esas que no van a ningun lado y las que tal vez llegan a buen puerto, nuestros piques y apuestas, el poker, que eres tan malo que hasta yo te gano, nuestros tira y afloja, nuestras parras por la cam, tu forma de quererme y de dejar de hacerlo en un segundo, tu forma de hacerte de querer y aunque no lo creas, me gusta odiarte a veces (y sabes que te lo ganas a pulso) me gusta odiarte, porque siempre termino por dejar de hacerlo.
Me gusta que sigas ahí, me gusta que no te vayas, y que marees y marees y vuelvas a marear. Me gusta, me ha gustado toda la vida, porque siempre ha sido así.
Me gusta que no cambies, ni que te dejes cambiar, porque eres como eres y yo te quiero así... como siempre digo, volviéndome loca.

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