Páginas

jueves, 12 de noviembre de 2009

El sexto día.


Todo se ha perdido, se ha transformado. Ha dejado de ser “un problema” para ser algo que recordar.

Héctor sigue pensando que algún día nos reiremos de esto. Su vuelta me impacienta.

Ya va en el autobús con destino mis brazos, y voy a darle una sorpresa a la estación.

Esto está siendo francamente duro.

Vuelvo a estar sola en casa con mis pensamientos. Voy al baño, y “el problema” se queda en él. Lloro, y no puedo evitarlo.

El pelo me cae sobre la cara y, por un segundo, dejo de preocuparme por mi aspecto y paso mi mano por mi frente, elevándola y, siguiendo el curso de mi cabeza, me aparto el flequillo a mi paso. Suspiro a la vez que continúo llorando. Vuelvo a suspirar, y vuelvo a meter la cabeza entre los brazos en un burdo intento de esconderme de mí misma.

Ya está. En el interior del baño sólo se ve la sangre. Restos de lo que algún día iba a llegar a ser alguien por quien luchar y darlo todo. Estoy sintiéndome la persona más miserable del mundo cuando Héctor me llama.

- Solo quedan horas para que pueda apoyarme en tu cabecita, a ver si empezamos a crecer, nana –. Y se escucha una breve risa.

- Payaso, no es que yo no crezca, es que a ti te sobrealimentaron de pequeño.

-Sí, sí, claro -, breve pausa, risa prolongada -, quedamos a las diez que voy a ver a mis hermanas jugar, o mejor, vente conmigo si quieres.

He conseguido disimular mi estado de ánimo, pero no podré disimularlo delante de más de cincuenta personas, un partido de baloncesto y muchos nervios alterados.

Me ducho, me visto, me maquillo y me voy a la estación.

La espera es eterna. Por mi cabeza no pasa nada más que aquella mísera mancha roja, alojada ya en mis pensamientos.

¿Qué es lo que he hecho?

Hay mucha gente en la estación, pero ni rastro de la familia de Héctor. Llega un autobús, pero la gente que baja no es de la clase de Héctor. Llega un segundo, yo me acerco. Se han abierto las puertas, bajan algunos de sus amigos. Yo muevo la cabeza de lado a lado, elevando las puntas de mis pies, intentando esquivar cabezas y encontrar su pelo castaño alborotado y su carita de sueño, y sonreír. Logro mi objetivo. Sonrío, aun que a la vez brota una lágrima o dos. Está guapísimo, tal vez más alto, o no y me parece que estos casi siete días han sido meses. Por fin, él me ve, y sonríe. Se ha detenido en el último escalón del autobús, yo me estoy acercando, él baja, y yo suspiro mientras me abalanzo sobre él, ocultando mi cara entre su cuello, su cabeza y su hombro.

- No llores más, ya he vuelto -. Me dijo.

- Te quiero, te quiero, ¡te quiero!

- Eres una dramática, exagerada. ¿A que no ha sido para tanto?

Mi cara ha cambiado repentinamente e intento fusilarlo con la mirada mientras él ríe a carcajadas.

Me encanta tenerlo de nuevo conmigo. Tener mi brazo rodeando su cintura, poder respirar hondo y estar oliendo su aroma, y, sobretodo mirarlo, y ver su preciosa sonrisa.

- Anda, trae aquí esa maleta -. Le dije mientras le quitaba de las manos el mango de ésta.

Él se limitó a sonreír.

No hay comentarios:

Publicar un comentario